Murió en el acto, pero el alma no aceptó abandonar su cuerpo, continuó
aferrado a la tierra, a los libros, a la vida que conocía. Sus padres ya eran
mayores y estaban jubilados, al no poder hacer frente al negocio, se vieron
obligados a cerrar, y vender el local
luego de la repentina muerte de su hijo. En cambio, Mariano ahí quedó, tal vez
porque no supo elevar su alma, por lo que continuó viviendo entre penumbras,
escondido, relegado en un rincón de la antigua librería. Atormentado porque no
aceptaba el cambio. Deambulaba por toda la tienda, e intentaba en vano
comunicarse con los clientes. Algo que ciertamente no consiguió, pero si fue
capaz de interferir en las mentes de muchos de ellos, influía negativamente para que no comprasen. Generaba tanta energía negativa con su presencia,
que incluso los empleados de la tienda se equivocaban constantemente en sus labores.
Las ventas disminuían, y Mariano cada día creía más, que su oportunidad se iba
acercando.
- Sr. Castillo, yo le puedo ayudar, pero tendría que aceptar
primeramente ciertos cambios en su vida que al parecer desconoce.
¿Usted me puede decir qué día es hoy? ¿En qué año estamos?
- Ahora mismo la verdad es que no lo recuerdo, pero no le veo la
importancia. A mí me da igual que sea Lunes o Jueves, éste sigue siendo mi
negocio como ya le dije anteriormente.
- Lo que verdaderamente usted no recuerda es que murió, pero puede que
sí recuerde el día en que luego de sentir un dolor en el pecho, se desplomó usted
de la escalera.
Mariano no me supo responder, pero pude encontrar dentro de su silencio la
respuesta, sí que recordaba aquel día. Su dedicación durante años al negocio
familiar le impedía abandonar el lugar. Fue entonces que supe, que sería prácticamente
imposible hacerle entender, necesitaría demasiado tiempo para que continuase
con el próximo paso después de su muerte, elevar su alma.
Recuerdo que salí del pequeño almacén y allí lo dejé como mismo lo había
encontrado, ausente y taciturno en su rincón.
Ernesto se encontraba revisando algunos documentos cuando entré en el
salón principal de la tienda. Exhalé un poco de aire, sequé el sudor de mi
frente con un pequeño pañuelo, y esperé unos segundos a que archivara unos
papeles y guardase la carpeta que sostenía en la mano.
- Ya he localizado el verdadero origen, de parte de tus problemas en la
tienda.
- Explícame cómo es eso, no me puedo creer que de la noche a la mañana
resuelva todas mis deudas y los líos en que me he metido desde que abrí esta
maldita tienda.
- Ernesto, tienes toda la razón, pero tampoco creo que tardaremos tanto
tiempo en resolverlos. Se trata en realidad de una larga historia.
Le expliqué claramente todo lo que sucedía. Le hablé de la importancia
de haber descubierto el por qué de sus problemas en la tienda y de lo que
deberíamos hacer de ahora en adelante.
- Carlos, sinceramente yo lo llamé a usted debido a la desesperación que
tenía, y aunque realmente no creo mucho en estas cosas, estoy a su entera
disposición para solucionar todo esto. Y en cuanto al dinero no se preocupe
usted, que si verdaderamente me ayuda, le pagaré bien por su trabajo.
- Le agradezco mucho su intención, pero no suelo cobrar por esto, lo
único que tendrá que hacer todo cuanto le vaya diciendo. Para empezar tendrá
que ir a la iglesia.
- Cómo que a la iglesia, yo no soy creyente.
- No se preocupe usted, que yo tampoco suelo ir a la iglesia, ni me rijo
por ninguna religión, pero sí creo en el poder de la mente. Simplemente utilizaremos las misas que ahí celebran
los feligreses, para que nos ayuden a elevar el alma de Mariano. Los rezos y
plegarias son buenos para las almas en pena, y mucho más hechos en conjunto.
- La verdad es que no me veo rezando en una iglesia.
- Ernesto usted no tendría que rezar, lo único que tienes que hacer es
pedirle al sacerdote una misa a nombre de Mariano Castillo, ellos se encargarán
de los rezos.
En su Alma (continuación. VI)
frankca-dreams.blogspot.com
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