Luego de reunirme
en dos ocasiones con Ernesto, y no lograr visualizar ningún espíritu perturbador
a su alrededor, decidí visitar su tienda en busca de más información. Desde que
lo conocí, me pareció que era una persona con los pies bien puestos sobre la
tierra, alguien bastante difícil de ser dirigido emocionalmente. En todo
momento me dio la impresión de estar en frente de un hombre capaz y consciente
de sus actos. Lo que en realidad no quería decir, que no pudiese ser víctima de
un espíritu enviado a través de algún espiritista sin escrúpulos, o simplemente
que se encontrase en esta situación por los caprichos, ambiciones o venganza de
un ser muerto. Pero como a través de todos los libros que había estudiado sobre
espiritismo, aprendí que las personas con fuerte resolución y personalidad eran
prácticamente imposibles de ser influenciados por un espíritu, insistí en la búsqueda
del origen de sus problemas.
Eran casi
las diez de la noche, la tienda se encontraba cerrada al público, por eso pude recorrer con tranquilidad y lentitud todo el
local en busca de algún alma. Desde que llegamos comencé a sentir su presencia,
pero no la podía ver. Durante unos minutos caminé entre maniquíes y estanterías
repletas de diversos tipos de ropa y accesorios. Me encontraba completamente
abierto para dialogar con la entidad, pero no podía divisarla. No fue hasta que
le dije a Ernesto que me abriese una puerta que se encontraba justo detrás de
la caja registradora y que a su vez daba acceso al pequeño almacén donde guardaban
parte de la mercancía para vender que lo encontré. Nada más entrar lo pude ver,
era un señor de mediana edad, se veía pulcro, llevaba un traje negro que
conjuntamente con la corbata perfectamente anudada emanaba elegancia, seriedad
e inteligencia. Recuerdo que me miró con desdén, estaba agachado en un rincón, su
rostro mostraba cansancio, y hasta parecía respirar con dificultad a pesar de
no necesitar oxígeno.
Tan solo
había avanzado un par de pasos cuando detuve mi andar, lo observé tranquilamente
esperando su reacción, pero no me decía nada, solamente agudizaba su mirada
mientras jadeaba con más fuerza, no sé si en busca de aire por el cansancio o
es que me quería demostrar con su jadeo el enfado que tenía.
Ernesto
se había quedado afuera, cerré la puerta lentamente intentando no hacer ruido,
por un momento dudé entre aproximarme más o iniciar yo la comunicación, luego
opté por ponerme a su altura, pero a distancia, demostrándole que no quería
invadir su espacio, por lo que me senté encima de unas cajas sin perderlo de
vista, lo saludé cordialmente y le pregunté quién era y qué hacía allí.
- ¿Cómo vienes
a mi negocio, a lo que es prácticamente mi casa y me preguntas quién soy? ¿No
debería usted presentarse primero?
- Lo
siento sinceramente señor. Mi nombre es Carlos Agramonte, pero puede usted
llamarme simplemente Carlos, soy amigo del dueño de la tienda. Por favor le pido
disculpas si se ha sentido usted ofendido, no fue mi intención, por cierto cómo
me puedo dirigir a usted.
- Soy
Mariano Castillo, el dueño de todo esto. Mucho antes de que llegase su amigo.
Sabía usted que él ha acabado con mi negocio. Hace más de cincuenta años que
mis padres fundaron esta librería, aquí he crecido y vivido los mejores años de
mi vida. Por eso de aquí no me iré hasta que su amigo tenga que cerrar, ya verá
como abriré nuevamente nuestra librería.
A medida
que nos comunicábamos iba recibiendo información y visualizando gran parte de
la vida del Sr. Castillo, quien no mentía al decir que había pasado casi toda
su vida dentro de aquel local. Desde joven ayudando a sus padres, a veces estudiando
o leyendo mientras no tenía clientes que atender, clasificando los libros o
limpiando las grandes estanterías que abarrotaban la librería. Hasta que el
viaje a través de su vida me llevó justo al día en que sufrió un fuerte dolor
en el pecho, un repentino infarto lo
hacía caer de la escalera que utilizó para colocar unos libros en lo más alto de
un estante.
frankca-dreams.blogspot.com
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